16/8/14

LA EXCURSIÓN DE PESCA A LA CORVINA NEGRA ,VERSIÓN COMPLETA


LA EXCURSIÓN DE PESCA A LA CORVINA NEGRA
VERSIÓN COMPLETA
En el año 84, se realizó una excursión a General Lavalle para pescar, supuestamente, corvinas negras. Junté unos cuantos aficionados amigos, vecinos y alumnos para sumarse a la excursión organizada por el ACA.


Éramos siete en nuestro grupo, el gallego Ujihashi, Alberto el de la fotocopiadora de Las Heras y Junín, Javier, el cuñado de Alberto, el Ingeniero Bocca, el Negro Ariza, Rubén, y un servidor.
Salimos de la sede central del ACA en un micro gigante, de dos pisos, eran los primeros. Se bamboleó discretamente por la ciudad hasta que tomó la ruta. La fauna a bordo era muy variada, como suele ocurrir en estas excursiones populares.
Había de todo, especies locales y ejemplares extranjeros. Había gritones, había otros callados, con muchos pelos, con pocos pelos, barbudos y lampiños, gordos, flacos, educados y de los otros.
Maleducados que eructaban grosera e innecesariamente porque sentían que esa era una salida de HOMBRES, sin las brujas, sin restricciones, querían establecer ese soplo de independencia fugaz que les brindaba esa salida de pesca y, por eso, hablaban fuerte y eructaban libremente para mostrar su hombría. Sacaron petacas de licor, sacaron cigarros y empezaron a adobarse y darse valor como para enfrentar a un ejército visigodo. Afortunadamente este caos duró muy poco.
El cansancio de la semana laboral le ganó a esta fugaz excitación que reinó por un rato nomás y todos cayeron en un letargo sedante que duró hasta la primera parada en la ruta.
Algunos se bajaron para hacer lo que tenían que hacer y volvieron rápidamente a sus asientos pero tratando de no equivocarse de micro.
A veces, suele ocurrir, petaca de por medio, que se termina pescando pejerrey en Chasicó con un equipo de embarcado, líneas con líder de acero y plomadas de 250 gramos con compañeros de pesca totalmente desconocidos.
Otras veces, se puede despertar en el lobby de un hotel del Sindicato de Pasteleros, sentadito en el suelo, con la gorrita al revés, mal aliento, con la caña y la mochila cruzada en el pecho, a pesar de haber trabajado toda la vida en Japón.
Otros miraron con un ojito emborrachado para ver donde andaban y siguieron en coma hasta que llegamos a General Lavalle.
Allí bajamos y nos encaminamos a una especie de motovelero bastante grande. Totalmente inapropiado para la pesca de la corvina negra o corvina de cualquier otro color.
La borda era muy alta, no era cómodo para pescar. Había obenques por todos lados que hacían que el lanzamiento fuera difícil.
Antes de salir, me di cuenta que la pesca sería un fracaso. Así fue, no salimos mar afuera, permanecimos en la ría todo el tiempo. Cambiamos de posición varias veces, pero finalmente volvimos a un recodo donde sacamos miles de corvinitas chicas. La carnada estaba a cargo de los organizadores de la excursión, no era mala, pero tampoco destacable.
La comida y la bebida corrían por cuenta de cada uno. Como el tema de la corvina negra había resultado tan elusiva como la mítica ciudad de El Dorado para los conquistadores españoles, cada quien se dedicó a descansar donde podía, comer y tomar lo que había traído.
Había una extraña pareja entre los pescadores, Jorge y el gordo Abel. Jorge tenía unos cincuenta años, pelo medio teñido, patillas blancas y jopo medio coloradón, cejas demasiado prolijas, muy afeitado, pancita incipiente, gorro de capitán y zapatillas nuevas.
El gordo Abel era todo lo contrario, rellenote, barbudo, mal trazado, voz gruesa, hablaba innecesariamente, retrucaba cualquier afirmación hecha por alguno de los presentes, creía saberlo todo. Era como un biólogo marino que había faltado mucho durante su carrera. Establecía dogmas unilaterales bastante ridículos. Por ejemplo, decía que cuando las corvinas negras eran chiquitas eran corvinas rubias, y cosas por el estilo.
Era como decir que un gorila de chico había sido chimpancé. Me parece que el gordo Abel era el auténtico eslabón perdido.
Al principio, algunos pescadores pensantes trataron de explicarle el tema, sin contradecirlo, simplemente para que esos fundamentos erróneos no quedaran en el inconsciente colectivo. Se enojó, dijo que no sabían de lo que hablaban, que a él le habían dicho y que por eso lo sabía y pavadas así.
Finalmente dieron por perdida la batalla contra la estupidez semi-humana y se callaron. La temperatura reinante en la ría planchada y sin viento debía superar los 35ºC.
El gordo Abel se sacó la remera y el vaquero, quedó apenas cubierto por una sunga roja, mostró orgulloso un pelaje que apenas podría compararse con el del abominable hombre de las nieves.
Empezó a comer unos monumentales sánguches de milanesa y matambre picante, salame picado grueso y queso de rallar. Empezó a descorchar botella tras botella de un vino que insistió en tomar a temperatura ambiente porque así le habían enseñado que así se tomaba el vino tinto. Siguió fielmente este equivocado precepto habló y gritó un rato largo, hasta que finalmente quedó dormido sobre un rollo de cabos. Se le cayó el cigarrillo de los dedos entreabiertos, un hilo de babita le colgaba de la comisura izquierda de la boca y se le metía dócilmente en el estuche vacío de su cámara que le había quedado sobre el pecho.
Estuvo así, tirado y callado como dos horas y media. Su compañero el prolijo, también se durmió a su lado, con la cabeza curiosamente apoyada sobre la entrepierna sudorosa del yeti argentino. Así permanecieron para la tranquilidad del resto de los participantes de la extraña excursión a la corvina negra, a la que justamente había faltado la invitada principal.
La situación propició la concreción de una pequeña venganza ideada por las retorcidas mentes del resto de los pescadores. Uno de ellos había sacado un mandolín o pez guitarra bastante grande, tendría unos siete u ocho kilos y medía casi ochenta centímetros. Era la única pieza destacable, todas las demás eran micro corvinas. Este pez nunca ganaría un concurso de belleza, para decirlo de alguna manera, es feo. Ya de por sí, este pez es una mezcla de raya que quiso ser tiburón o viceversa, raro, muy raro.
Más feo había quedado el pescado en cuestión porque le habían cortado las aletas para hacer milanesas, supongo, los chinchulines y demás órganos correspondientes le colgaban a los costados. Había estado unas horas al son, no lo benefició, estaba más feo que nunca. Era difícil darse cuenta de qué especie se trataba si uno no sabía su origen y que había sufrido una cirugía nada favorecedora.
El yeti y su acicalado amigo empezaron a moverse, parecía que estaban por despertar. Los pícaros bromistas se apuraron a sacar la línea del gordo Abel del agua, le engancharon firmemente los restos del bicharraco y dejaron que la corriente se lo llevara ría abajo. El nylon fue saliendo despacito del frontal hasta que llegó al final del tambor. En ese momento alguien le pegó un par de tirones a la caña del gordo y comenzó la venganza.
El gordo tardó en reaccionar, al principio no sabía dónde estaba, ni lo que estaba pasando.
Finalmente, los cuarenta participantes le gritaron:
-“Tenés pique, gordooooouuu!”-
Se le transfiguro al rostro, pasó de ser un primate anestesiado a Anthony Quinn en El Viejo y el Mar.
Miraba a todos lados, buscaba las miradas de los presentes, empezó a reírse y a gritar:
_” Vieeeeron salames…..vieron, al final quién es el mejorrrrrr, eh?”.-
-“Ja, ja. Jaaaaaaaaaaaaaa!”.-
Se le cayeron los anteojos de sol y el gorrito, la verdad era que había quedado bastante vistoso el pobre Abel, todo rojo, ojos blancos, sobacos claros, lomo, la parte delantera de los brazos y piernas como cubiertos con pimentón, como la bondiola o el jamón serrano.
Pegaba los típicos cañazos innecesarios del fanfarrón que también traslada a la pesca su complejo de inferioridad o su estupidez extrema. En este caso parecían aplicarse ambos desórdenes.
Tardó un rato largo en sacar la preciada presa. La arrimó al barco, la miró mientras la subía lentamente, con bastante dificultad porque le resultaba complicado al pobre frontal, estaba pesado aunque de que le faltara bastante carne.
Lo miró otra vez, y otra y otra. Todos permanecieron callados hasta que uno no aguantó una carcajada desgarradora que gatilló la risa incontenible de todos los pescadores complotados.
La cara bordó del pobre Abel, había tomado ese color por la vergüenza y por varias horas al sol sin protector solar, cambió totalmente.
Alguien le gritó:-“Qué cara, qué gesto, carajo es esto?”.-
Abel, abatido, se acomodó de vuelta entre los cabos, se dio vuelta y se durmió como si todo hubiera sido una pesadilla.
Dos horas después, llegamos de vuelta al Puerto de General Lavalle. A medida que nos acercábamos, vimos infinidad de corvinas negras alineadas sobre la vereda, había cientos. Tenían entre quince y treinta kilos, eran bichos enormes.
Había 2 pescadores profesionales limpiando corvinas sobre un mesón de quebracho, meta tajo nomás. Antes de cortarlas las acostaban en el suelo y les sacaban las escamas con una pala. Les pisaban la cola y a contrapelo o a contraescama y se las cepillaban, era un espectáculo nunca visto.
Nuestro magro botín constaba solamente de corvinitas. Por lo tanto, yo me acerqué al mesón y le pedí la corvina más grande que tuviera al pescador profesional.
Los demás integrantes de la excursión, al principio nomás, me gritaban que no era de pescador deportivo comprar esa corvina y qué sé yo cuanto.
Al rato, los que habían venido conmigo terminaron de envolver sus respectivas corvinas. Seguidamente, los críticos hicieron la cola y compraron su corvina también.
La vergüenza automáticamente repartida entre todos mutó rápidamente de vergüenza a orgullo de haber “pescado al menos una corvina cada uno a pesar de las condiciones desfavorables del clima” y todas esas excusas que uno suele aducir para justificar los fracasos piscatorios.
Entre mis compañeros juramos un silencio cómplice que acabo de romper en este preciso momento.
Y colorín … colorado ….hasta el gordo Abel, su corvina había comprado.
Dick Keller

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