18/8/14

La Escollera de Camet

Hace ya unos años, allá por los ‘80 cuando todavía se pescaba algo de costa en Mar del Plata, decidí ir a probar suerte en la última escollera “T” de Camet. Mis hijos eran demasiado chicos para acompañarme en ese momento.

Me levanté temprano, temprano….pero no demasiado, serían las 6.30, me hice un café espeso, espeso dije, no expreso, con el filtro de trapo como siempre lo hacía mi abuela Piri. Comí unas galletas marineras para entrar en tema marítimo, y sin hacer ruido para no despertar a nadie salí para la costa.
El 250 dormía afuera, lo arranqué, no sin antes ponerle el rotor del distribuidor que le sacaba para evitar que se lo llevaran. A veces pensaba que algún día iba a encontrar que alguien le había sacado alguna otra parte a motor, pero nunca pasó nada.
Antes de enfilar para el Norte, pasé por la panadería de mi amigo Tito en Buenos Aires y Rawson, compré unas rosetas gigantes para llevar a casa más tarde y media docena de medialunas de manteca. En realidad, debería llamarlas medialunas dulces, como les decían en Recoleta cuando vivía allá. Allá, las otras, las de grasa se llaman saladas, nadie quiere admitir que come medialunas de “grasa”.
Ese aroma que hay en las buenas panaderías, en las que realmente se hace el pan, es algo comparable al olorcito a la garrapiñada, al asado y hasta al olor a pancho, salvando la diferencia. Dan ganas de comprarse todo, los panes nomás, atraen con esa crostita dorada, los bizcochitos de grasa, con perdón de los Recoletos, los empalagosos merengues, todas las facturas rellenas de lo que venga, en fin, muy difícil de resistirse.
Trepé a la máquina, le pegué por Rawson hasta Independencia y llegué a la costa. Antes de agarrar para la izquierda, para Camet, paré a comprar carnada en un puestito que tenía un cartel en que se leía “Carnada Fresca”. Marketing para imbéciles. Menos mal que la carnada era fresca de verdad. Llevé unas anchoítas y algún magrú, no mucho porque al mediodía tenía que volver a casa para sacar a pasear a la familia.
El día estaba bárbaro, solazo, fresquito y poco viento. Ideal para estar en contacto con la naturaleza y todo ese verso. Yo todavía fumaba en ese entonces, tenía mi paquete de cigarrillos y un criquet violeta que me duró un montón. Quería que se terminara el gas para cambiarlo, no me gustaba el color. Me lo había regalado un amigo, seguramente tampoco le gustaba el color. Vaya a saber.
Acomodé el auto en la entrada a la escollera. Bajé mis cosas cosas, un balde con la carnada, la radio, un trapo, el filetero, una tablita y la caña en una mano. En la otra el bolsito de pesca con el termo de café, una botella de agua mineral y las medialunas. Las rosetas quedaron en el auto, total eran para llevar a casa, no tenía sentido bajarlas.
Me puse el sombrero de paja con el hilito para que no se me volara. Miré a ver como pintaba el panorama y vi que había unos cuantos pescadores, no demasiados. Cuando hay demasiados, no es divertido pescar, es para despelote. No todos saben tirar y acomodar la línea como corresponde, no molestarse unos a otros es difícil.
Busqué el lugar que pocas veces estaba libre porque había un pozón o algo así don siempre sacaban muchas pescadillas y corvinas.
Estaba ocupado. Taquelotiró.
Miro y miro y al final veo una piedra bastante plana donde no había nadie. Estaba seca, limpia, el mar estaba tranquilo, todo pintaba bien.
Fui saltando de piedra en piedra con mi cargamento esencial para una mañana frente al mar. Puse cada cosa en su lugar, me comí una medialuna mientras desenrollaba una línea para corvina de un solo anzuelo.
Siempre pesco así, un solo anzuelo. Es mejor, lo aprendí hace muchos años de un pescador excepcional que siempre pescaba en Playa Chica y en la Norte, Eduardo Cogliatti.
Ajusté el Squidder, nombre ridículo para un reel, abrí el mosquetón tras pasarlo por los pasa hilos con parsimonia mientras oteaba el horizonte como amenazando a los pescados. Enganché la línea, le pasé dos veces el anzuelo a una anchoíta y la até con hilo especial.
Todo iba bien, lo único que me preocupaba es ese pensamiento de culpa que algunos pescadores tienen cuando están pescando SIN la familia. A lo mejor me hacía problemas que no tenían sentido.
Estaba por lanzar, de espaldas al mar, acomodando la plomada y la línea, cuando se oyó un tremendo FLOPPPPPP y se sintió una vibraciónde la piedra donde yo estaba haciendo equilibrio.
Me agaché, lo indicado cuando hay terremoto o algo así, y entonces cayó sobre mí el equivalente a la cantidad de agua de mi pileta de natación, SPLASHHHHH, gota, gota, gota, gotita, charcazo….
Mis medialunas y la radio quedaron inutilizadas, la pinza de corte y el cuchillo quedaron entre mis pies de casualidad. El sombrero me quedó colgando para atrás y el ánimo me quedó demasiado mojado.
Chau pesca.
Junté mis bártulos y me fui a casa.
Lo único que quedó seco fueron las rosetas de mi amigo Tito.
Autor: DICK KELLER

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